martes, 30 de noviembre de 2010

El laberinto


Es exacto, cuando buscamos nuestra esencia, sumida entre las pasiones y aquellos defectos que nos caracterizan; el amor, como primer motivador que nos impulsa a buscar lo que consideramos bueno o digno, se viste de blanco y se atavia de todas las virtudes que tenemos. Pero la antítesis, quien siempre está presente cuando buscamos hacernos libres, concientes... nos confunde, nos sonríe, nos hace bromas, nos asusta.

¿Es acaso el amor, el fruto de aquella poca conciencia que aún nos queda? ¿Cómo es que esa chispa divinal, brillante escencia que resplandece en el incógnito de nuestra débil mente, nos llama a través de una población ilimitada de seres inicuos? ¿Puede nuestro amor avanzar sobre la confusión y el caos para fundirse con lo único que nos hace humanos?

No, no puedo definir ni inferir, si quiera, lo que espera al que se deja guíar por las afectuosas manos del amor.

¿Cuánto más puedo esperar en el limbo de la conciencia y la inconciencia? ¿Hay alguien en este mundo que pueda hundirme en el abismo abyecto de la infinita perdición? ¿O puedes tu ¡Oh! Divinidad Absoluta, anhelo primigéneo de toda criatura, llevarme más allá de este laberinto por el que cruza mi vida?

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